Perdida en Manhattan.

Puedo fingir estar bien, de verdad, soy experta en eso. ¿Por qué te crees que la gente no se da cuenta? Eh, no lo digas aunque lo pienses. Que si me muerdo me enveneno y si no me enveneno ya sabes tú las consecuencias. Que tú puedes hacer que esto que cuelga de un hilo cambie y recupere el equilibrio, sin convencerme de cosas estúpidas que tanto tú como yo sabemos que no son ciertas. Que me hago las ilusiones yo sola y luego se estrellan en mi cara. Demasiado bonito para mi, ¿no? Tú ya lo sabes. Que ya no podemos perder, hay que tener el valor y arriesgarse, si no, pues dejar que la vida nos vuelva a juntar. Y pone a cada uno en su lugar. Déjame quererte un poquito, anda... como lo hacíamos antes. No se si después de tanto tiempo voy a saber. Hay que arriesgarse. Pero ya sabes que contigo no es necesario poner una sonrisa falsa que convenza a la gente de que todo va bien. Y miraremos al mar como lo hacíamos antes, contando todas las olas. Que todo vuelva a ser como siempre, por favor.

- Qué oscuro...
- Déjalo así. Es más bonito. ¿No vas a besarme?
- Sabes que no...
- ¿Hay algo más simple que un beso? Equivocarse es la mejor manera de aprender.
- Pero tú lo sabes, no debemos...
- Chsss... deja que hable tu corazón.
- ¿Qué te dice?
- Que entre tú y yo las cosas no son complicadas; son simples. Y luego le he preguntado ''¿Qué hago, lo beso?''
- ¿Y te ha contestado ya?
- Dice que tú no lo pones fácil. Pero que también eso es simple.
- Entonces no hay equivocación ninguna.
- Bueno... digamos que puedo volverme loca.
- Sólo esta noche.

Le amaba, pero sabía que si no le pegaba un tiro allí mismo la misma vocecita de siempre la quemaría por dentro. Ella era así.
Y, de repente, PÚM. Seco y frío, como él.
Y así, sonriente, con el pensamiento de deber cumplido, se fue, contenta de saborear esa tonta, dulce y a la vez ácida libertad.